El aura pseudorreligiosa de los banqueros centrales brota de su capacidad para fabricar dinero de la nada. Aunque a veces para hacer magia basta con palabras: el BCE tiene debilidad por el arte de la intervención verbal desde que su jefe, Mario Draghi, descubrió que arqueando una ceja —aquel “haré todo lo necesario” de verano de 2012— los especuladores huían como conejos. Ahí empezó a diluirse el riesgo de ruptura del euro y el continente inició una lenta vuelta a la normalidad. Muy, pero que muy relativa: 26 millones de personas están en paro, la banca no termina de disipar las dudas y la recuperación es extremadamente frágil pese a la mejoría en los mercados.