La imagen del cadáver diminuto de un niño sirio al que las olas depositan en las costas turcas se clavó ayer en la retina de los europeos como símbolo del drama migratorio. Esa huella gráfica de un naufragio que costó la vida al menos a otro niño —también fotografiado— y a una decena de adultos condensa la gravedad de un fenómeno que está al continente.